Para la edición física, en:
TÍTULO:
EL DÍA QUE LE ECHÓ VALOR
AUTOR:
MOISÉS DELGADO RODRÍGUEZ
DISEÑO
E ILUSTRACIÓN PORTADA:
REBECA
SÁNCHEZ DE ROJAS
Cada página de este libro se la
debo a cada amigo que me animó a escribir.
Cada palabra se la debo a mi
familia, que me animó y apoyó incluso al principio, cuando este libro era una
locura que no entendían.
La portada, en sentido literal, se
la debo a mi cuñada, UNA ARTISTA.
Esta novela está escrita con el
miedo, los nervios, la pasión y la ilusión que llevan todas las primeras veces.
Las primeras veces tienen algunos fallos, pero también tienen algo mágico, que
las hace inolvidables.
Querido lector, espero que
disfrutes esta experiencia tanto como yo…
Facebook:
Moisés
Delgado Rodríguez
Twitter:
@MoiDelRod hashtag libro: #ElDíaQueLeEchóValor
CAPÍTULO 1
Sonó
la alarma y le sacó poco a poco del sueño. Lentamente un destello de razón pudo
a la pereza y se dio cuenta de que llegaría tarde si no se daba prisa.
Giró
la manilla del agua caliente y mientras esperaba a que saliera el agua a una
temperatura decente para no helarse de frío, empezó a comer apresuradamente un
pequeño bollo de chocolate, hoy no le daría tiempo a desayunar nada más. Salió
a toda prisa de casa, ni siquiera cerró la puerta con llave. Pensó, qué más da,
tenía el portátil en la mochila, el resto de cosas de valor en la casa eran
libros, y nadie robaba eso, si la gente robara libros el mundo andaría mucho
mejor.
Fue
corriendo a la parada, necesitaba coger el autobús de las 7:12, ya había tenido
la suerte de encontrarse con ella la semana anterior tres veces. En realidad,
suerte fue sólo la primera, las otras dos fue sólo que intentó coger el mismo
autobús para ver si un día reunía el valor necesario para conocerla. Ese
autobús de hecho le venía mal, le dejaba un par de minutos tarde en el trabajo,
pero bueno, esperaba que mereciera la pena conocerla, e incluso la alegría.
Entró
en el autobús y el conductor le recordó con un tirón de la manga que debía
pasar el abono por el lector. Parecía un auténtico idiota, como cuando años
atrás empezaba a quedar con alguna chica y sentía esa ansiedad de quien se
juega la vida, porque así era para él, él internamente no iba a una cita, él
iba a conocer al amor de su vida. Estas citas eran un mero trámite hasta que
empezaran los fuegos artificiales y llegara la magia de Disney a inundarlo
todo. Desde pájaros cantando, hasta ese subidón de energía que te permite por
primera vez tener al tiempo de tu parte y aliarte con él para hacer todo lo que
te apetece, es decir, verla a ella. Así era él, prefería no guardarse nada
cuando quería conocer a alguien. Todo eso por supuesto, hasta que veía algo que
no le gustaba y desaparecía Disney con todo su equipo de grabación.
Había
demasiado que perder. Siempre pensaba primero en su madre si no hubiera
conocido a su padre. Se dio cuenta al ver unas fotos de la infancia de su
madre, antes de que conociera a su padre, sus labios jamás tenían una grieta
por la que se pudiera adivinar una sonrisa. Sin embargo, desde su llegada,
desde que se conocieron, las fotos cambiaron, llegó la primavera e hizo
florecer sonrisas de todos los colores, en sus ojos se veía ese famoso dicho
“la primavera la sangre altera”, y con la sangre alterada y el corazón
desbocado corrieron por la vida juntos. Su padre era un vividor, comiéndose la
vida a bocados, con locuras de juventud, un tornado impredecible, pura energía
sin rumbo fijo, un desperdicio, un futuro hombre perdido. Su madre en compensación
por haber liberado su sonrisa, le regaló una vida, un plan, un sendero de felicidad
que despejar juntos. A su madre le sobraban las cadenas que a su padre le
faltaban. Esa fue la primera vez que nuestro protagonista tuvo la revelación
sobre el amor en mayúsculas, no se trataba tanto de uno u otro, si no de la
pareja en sí, de encontrar esa simbiosis perfecta.
Paseó
su mirada ansiosa por el autobús como ese león hambriento en busca de la gacela
herida del rebaño. Por fin la vio, allí estaba, era perfecta. Iba vestida con
uno de esos jerséis holgados de un naranja vivo que le hizo pensar en pura
energía. Aunque pareciera tonto, le encantaban esos jerséis, no sabía muy bien
porqué le parecían excitantes. Quizás ya los llevara asociados a ese tipo de
mujeres increíbles, interesantes, una de esas mujeres que eran preciosas pero
no necesitaban ningún maquillaje para tapar ningún complejo que nadie se
inventase. Estaban ahí con o contra el mundo, pero siempre pisando fuerte.
¡Dios! Encima estaba leyendo su libro favorito, La sonrisa etrusca, una mezcla perfecta de ternura y amor. Era curioso,
era su libro favorito y era uno de los pocos que no trataban de un amor
romántico clásico, no, era del amor de un abuelo por su nieto.
Sin
darse cuenta se había quedado parado en medio del autobús, un hombre le echó a
un lado y se sentó al lado de ella. ¡Hay que joderse! Un hueco vacío y había
perdido una oportunidad de oro por quedarse “empanao”. Se resignó a sentarse un
poco más al fondo y mirarla. Pensó en levantarse y decirla algo, pero poco a
poco ese arranque inicial se fue apagando, se fue sonrojando sólo con la idea.
En este momento ya no era el león. Ahora se sentía como la gacela herida,
siempre observando al león para empezar a correr antes de ser comida. No podía
parar de pensar en ella, era una especie de obsesión, pero sabía que conocerla sería
perfecto. Sólo tenía que dar un par de pasos y…
-Disculpa,
¿te está gustando?- Puso su mayor cara cómica de súplica y añadió. –Dime que sí
por favor, es mi libro favorito.-
Ella
le miró un poco desconcertada, incluso algo molesta por haberla sacado de su
lectura, pero la verdad es que su cara haciendo el idiota pudo romper el hielo
y salió a la luz una sonrisa radiante, que despejó el cielo gris hormigonado de
un duro otoño de Madrid, dejando que entraran en la ciudad los rayos de sol. Al
menos así lo sintió él.
-Pues
sí, me estaba gustando hasta que un apuesto galán me ha interrumpido.- Frunció
teatralmente el ceño al tiempo que me dedicaba una sonrisa. Se iba a levantar
para dejar de hablar a distintas alturas, pero entonces el hombre que le “había
quitado” el sitio, se lo cedió amablemente y se cambió al que él había ocupado
previamente.
-Dime,
¿cómo se llama el hombre que me ha fastidiado la lectura?- Lo dijo con una
teatralidad y sonrisa tan dulce, que obviamente era una invitación para seguir
hablando.
-Me
llamo Bruno. ¿Y tú?- Toda la ocurrencia inicial se había esfumado. Empezaban
los nervios, ese sudor frío, y tiemble el demonio, enseguida empezaría la risa
histérica y quizás empezaría hasta a temblar el cuerpo. ¿Por qué era tan malo
hablando con mujeres?
Le
dijo que se llamaba Daniela, la verdad es que fue realmente buena con él.
Después de que dos goterones de sudor frío cayeran por la frente de Bruno, ella
aflojó esa pequeña presión con la que había empezado sobre interrupciones y
molestias, le dio algo más de confianza. Le gustaba, era sensible, pero
peleona. Sabía cuándo guardar la espada, porque no había ningún tipo de
peligro, y obviamente, aquel chaval sudoroso al que le temblaban las rodillas
no suponía ningún tipo de peligro.
Aunque
al principio la conversación no pasó de un qué estudias, a qué te dedicas, el
típico formulario de dos personas que empiezan a conocerse, poco a poco la
conversación fue tomando matices más golosos, como los objetivos, los sueños, a
dónde iban dirigidas las ganas en la vida.
Ella
era periodista, su argumento fue fulminante, le encantaba conocer gente
interesante, así que mucho mejor si la pagaban por ello. Con ese trabajo tenía
la excusa perfecta para preguntar cuanto quisiera, de diseccionar una vida
viendo motivaciones, caídas, fracasos y reinvenciones de una persona para
volver a levantarse de nuevo y conseguir finalmente su objetivo, ese pequeño
sueño que durante tanto tiempo había protegido. Quería la radiografía de los
héroes, estaba harta de que los héroes no tuviesen ningún tipo de fallo, ningún
tipo de tara moral, un flaco favor habían hecho los historiadores a la
historia, y todo el mundo sabía que los historiadores eran Hollywood, al menos
los historiadores con voz. Se lo dijo: - Bruno, quiero hacer una biografía
conocida, pero que contenga todo. Lo bueno y lo malo de un personaje. No quiero
ni una de esas biografías que ensalzan al personaje hasta que te hacen
preguntarte si cagaba. Ni una de esas que destruyen hérores e insisten en que
fue un auténtico fraude, detallando hasta el día en que robaron una gominola.
Quiero una radiografía, datos objetivos, nada poético. En una radiografía
puedes decir que alguien está sano o no, pero yo aún no he visto ni una sola
radiografía bonita. ¡Dame una bonita si tienes huevos!- En ese momento ambos nos
reímos a carcajada suelta.
- ¡Vale! ¡Touché! No
tengo radiografías bonitas, tampoco es que me hayan hecho muchas. El otro día
lo pensé. Las películas son una mierda. El éxito parece fácil, parece que es
ponerse, intentarlo y conseguirlo. O como mucho, ponerse, intentarlo, fracasar
las dos veces que caben en los 5 minutos de película y la siguiente escena
aparecer con la vida resuelta. Me gustaría una película proporcional y
agobiante. Es decir, una película de 10 horas sobre Edison. En la que se viera
a Edison durante 9 horas y 55 minutos intentando inventar una maldita bombilla,
tirándose de los pelos, llorando, pegándose cabezazos contra la paredes, ¡lo
que hace un tío que inventa una bombilla vamos! Y después, sólo 5 minutos de
éxito. De acuerdo, no sería un éxito en taquilla, pero sería mucho más
educativa.- Ambos reímos de nuevo.
Me gustaba, al final era una sana competición sobre quién
hacía más reír al otro. Nos lo estábamos pasando en grande e incluso llegó un
momento que nos empezamos a dar esos codazos de complicidad, empezaba a haber
confianza, me gustaba.
-Oye me lo estoy
pasando pipa, ha merecido la pena eso de echarle valor e interrumpirte la
lectura- sonrió, intentó calmarse un poco antes de la siguiente frase. “Hay que
joderse, parecía que la estaba pidiendo matrimonio” – ¿Oye te apetece si nos
damos los teléfonos y quedamos esta tarde como a las 17:00? No quiero agobiarte
eee, puede ser en otro momento, como a las 17:05 o 17:10- Se estaba retorciendo
por dentro, no sabía qué demonio sinvergüenza había tomado su boca y había
dicho eso. No es mucho, pero eso para un tímido, podéis creerme, es un salto al
vacío.
Daniela
soltó una carcajada de pura alegría, tan fuerte, que no sabía si le había hecho
ilusión, o se estaba riendo de él. Se quedó en silencio, totalmente rojo, como
si fuese un novio arrodillado anillo en mano, esperando una respuesta delante
del mundo entero como público, así se sentía…
La
imagen de la sucursal del banco que se coló por el rabillo del ojo, agrietó el
cuento que él solo se había montado. De pronto toda la información llegó de
golpe, con cada trozo de cuento que se resquebrajaba aparecía un trocito más de
conciencia para arruinarlo todo, la sucursal de una parada antes que su trabajo,
¡el trabajo!, ¡el botón para bajar!... Se levantó de un salto, pulsó el botón,
cogió el maletín con el portátil y enfiló la salida del autobús, dejando a la
gente en su rutina ajena al cuento, que de nuevo, no se había atrevido a
empezar…
CAPÍTULO 2
Llevaba
un año en el trabajo, desde el tercer mes, cuando se había pasado esa
excitación de lo nuevo, esa ilusión de los niños cuando abren un regalo,
siempre que iba rumbo al trabajo le pasaba lo mismo. Con cada paso, los pies
iban convirtiéndose en plomo, con cada espiración, las ganas se le iban para no
volver con la inspiración siguiente. Hasta que al final llegaba al portal y
levantar el brazo para alcanzar el botón del telefonillo, era un gesto
doloroso, como si se estuviese autoejecutando. Cada centímetro que subía el
brazo en dirección a ese maldito botón, le parecía que bajaba un centímetro más
el hacha de un verdugo, que lejos de cercenarle la cabeza, le mutilaba el alma.
Siempre pensó que era el alma al menos. Todo aquello que gusta o disgusta sin
un motivo realmente objetivo, se lo atribuía al alma. Por ejemplo, ese conjunto
de notas musicales, que lo quieras o no, algo te remueve por dentro, ya puede
ser que te coja ambos carrillos de la cara con dos pinzas, hasta que luzcas una
ancha sonrisa, o que algo te dé un puñetazo en la boca del estómago y te ponga
un nudo de tristeza en la garganta.
Sinceramente,
eso era lo peor, desde que se le cruzó ese pensamiento tan poético como
estúpido, como que por llamar a un telefonillo y ejercer un trabajo que se le
daba estupendamente, se estuviese mutilando el alma, así se lo imaginaba. Se
imaginaba un alma atada, torturada, que luchaba por crecer en mil direcciones,
pero que a golpe de hacha era podada, para seguir una voluntad que cada vez se
preguntaba más, si era suya, o era prestada.
Finalmente,
consiguió dar un hachazo más y llamar al telefonillo, total, era viernes,
último día de la semana. Le abrieron la puerta, desenfundó su mejor sonrisa de
abogado del diablo, sacó pecho, echó los hombros para atrás y emprendió la
subida de las escaleras a toda mecha.
A
Bruno, la vocación le había llegado por parte de su padre, una vocación más que
forzada por todos los varones de la familia Garrido. Su bisabuelo, su abuelo,
su padre e incluso su hermano mayor, eran abogados. Su abuelo, Antonio, estaría
eternamente agradecido a la madre de Bruno, Teresa, actualmente doctora del
hospital La Paz. Porque gracias a ella su hijo se “había centrado” y había
terminado derecho en tiempo récord, además demostró contra todo pronóstico
que era un abogado cojonudo, con un
estilo agresivo, de los que le gustaban a Antonio.
Desde
pequeño, intentaron educar a Bruno para ser un puto tiburón, para entrar en una
sala de tribunal y comerse a quien se pusiera por delante. Hay que reconocer
que él distaba mucho de ese estilo marca de la estirpe familiar, si hubiesen
visto cuánto le estaba costando conocer a esa tía del autobús, lo habrían
matado a ostias. Los cuatro eran corpulentos, de mirada dura y fría, eran de
ese estilo de hombres que si querían algo, lo cogían. Decían siempre eso de “El
no ya lo tenemos, hay que intentar cambiar a un sí, y hay que tener muchos
huevos para decirle dos veces no a un Garrido”. Se puede decir que ellos nunca
negociaban, ellos forzaban, tenían un enfrentamiento, para ellos era un duelo,
eso sí, siempre ganaban.
Bruno
no, Bruno tenía un encanto natural, él no tenía enfrentamientos, él dialogaba,
para él no eran duelos, eran negociaciones, para él no había ganador de ningún
duelo, él llegaba a acuerdos, firmados a menudo tras la sala del tribunal entre
cafés, cenas y risas. Bruno tenía magia, era un hombre que cuando sonreía
automáticamente caía bien, era honesto, algo que los abogados no entendían, ni
siquiera su padre ni su hermano. Eso sí, Bruno siempre presumía de que a él no
le habían recurrido ni un solo caso ganado, Bruno cuando ganaba, no intimidaba,
convencía. Ésa era su marca personal.
Llegó
al despacho: -Buenos días Matilde- La dedicó una sonrisa. –¿Qué tal todo?-
Matilde era la secretaría del bufete de abogados, VitoresAbogados, colada desde
el primer día por Bruno. Imagino que después de ver cómo la mitad de los
abogados que pasaron por allí eran unos cretinos de familia bien, creídos con
derecho a todo, incluso con derechos sobre ella. Bruno, un hombre que la decía
“Por favor” y “Gracias”, era un diamante en bruto.
-
Buenos días. Bien, muchas gracias Don Bruno. – Remarcó ese Don Bruno y le guiñó
un ojo mientras sonreía. Le llamaba Don Bruno porque había alguien esperando en
su despacho. Desde el primer día, Bruno le pidió por favor que no le tratara de
usted, y menos con un Don delante, que parecía que tenía 70 años, al fin y al
cabo como Nuño, el dueño del bufete.
Pero lo cierto es que Bruno tenía apenas 24 años, de cara a los clientes
sí ayudaba que Matilde le tratara de Don, como si fuese alguien de verdad
importante, había veces que con suerte, le echaban 30 años, la edad era un
factor importante para la credibilidad de un abogado por lo visto. Así que
cuando entraba un cliente en el despacho, pasaba de estar el bueno y afable
Bruno, a Don Bruno, abogado duro con una sonrisa radiante, ganador de mil casos
a sus 30 años, al menos eso esperaba decir con ese increíble “Don”.
Bruno
había sido el segundo mejor de su promoción de la carrera de Derecho. Además,
su padre, Héctor, para inculcarle mayor disciplina y saber estar, le había
animado a apuntarse a judo, debido a que siempre le vio “blandito”, no le
gustaba ese carácter conciliador. Le gustaban los jefes de manada que enseñaban
los dientes para que los demás supieran a que se atenían. Bruno, durante la
carrera había quedado una vez campeón de la Comunidad de Madrid de peso ligero,
la verdad, simplemente para demostrar a su padre, y sobretodo a sí mismo porque
empezaba a dudarlo, que podía ser duro, que era un guerrero. Podría no enseñar
los dientes a menudo, no le gustaba ser un hombre amenazante, él si enseñaba
los dientes era para morder, no le gustaba intimidar. Ese campeonato fue la
tranquila confirmación de saber que si hacía falta pelear sabía hacerlo, y de
paso dar una pequeña prueba de esa “virilidad” que tanto reclamaba y gustaba a
su padre.
Los
mejores de su promoción habían optado por entrar de becarios en empresas de
renombre. Bruno prefirió moverse por bufetes más pequeños, armado tan solo con
trabajos de la carrera donde había analizado casos para demostrar que podía
ejercer de abogado, porque realmente se sentía capacitado. Porque aunque la
carrera se le había hecho eterna, ya en primero vio que aquello no le gustaba,
siempre trataba de buscar algo nuevo, una pequeña bocana de aire de motivación
para que se le hiciese más corto el camino. Desde que acabó, ordenó todos sus
papeles y trabajos, dispuesto a saltarse por lo menos esa mierda de período de
becario. Sólo sabía tres cosas. Quería independizarse pronto. Segundo, no
quería trabajar en El bufete de los Garrido, odiaba los enchufes y los
favoritismos, si entraba sería por sus propios méritos. Y por último, estaba
seguro de la tercera, si quería entrar de abogado, tendría que olvidarse de esa
entrada triunfal de al salir de la carrera ser contratado en una de esas
grandes empresas, allí sería becario.
Por
lo tanto, aunque más que echar, tiró algunos CV´s como abogado en las empresas
grandes por si ocurría un error administrativo y le contrataban, se dedicó a
patear la ciudad viendo todos los bufetes más pequeños. Al segundo mes, en
agosto, con Madrid abandonado por todos los chaqueteros que cambiaban el calor
de la acera recalentada, por el sol con sus playas, ya pensando que en septiembre
le tocaría entrar de becario en una de las grandes, encontró por fin un sitio
que le aceptó como abogado, el pequeño bufete llamado VitoresAbogados.
Bruno
observó que el despacho de Don Nuño estaba vacío, ¡cierto!, hoy por la mañana
tenía médico, llegaría tarde, pensó. A continuación, miró un minuto desde fuera
a su cliente, estaba sentado en la silla, de espaldas a la puerta de cristal.
Llevaba el pelo engominado, un traje hecho a medida y un reloj suizo que podía
costar fácilmente el alquiler mensual del estudio de Bruno. Estaba mirando el
móvil, deslizando sus dedos sobre el táctil con movimientos decididos y
nerviosos. O estaba cabreado por el caso, o estaba cabreado por esperarle, pero
en cualquier caso iba a encontrar a uno de esos idiotas que su vida les parecía
demasiado valiosa para perder tres minutos de más o menos. No había pedido
cita, así que pensó Bruno, mala suerte por esa espera caballero.
Bruno
decidió entrar como uno de esos abogados importantes hablando por el móvil con
una conversación ficticia, ya había tenido más encontronazos con este tipo de
clientes, tenían que saber que él manejaba los tiempos, y para no crear un
conflicto lo mejor era el móvil. No era Bruno el que le mandaba callar, era el
móvil, y no sabía a partir de qué año al móvil se le había dado el poder de
tener preferencia sobre las personas presentes.
Al
tiempo que Bruno abrió la puerta, dijo: -Sí, cuénteme- Con una sonrisa y un
aire distraído.
El
hombre que estaba en el despacho le miró, guardó el móvil y al ritmo que Bruno
dejaba el chaquetón y el portátil en la mesa: - Buenos días, le estaba
esperando. – lanzado a quemarropa como un reproche – Quería…-
Bruno
levantó la mano, señaló el móvil y los cascos conectados que llevaba en las
orejas: - Un segundo, ahora mismo le atiendo- Bruno vio que el hombre se sintió
incómodo, casi avergonzado porque creía que esas palabras iniciales “sí,
cuénteme” iban para él. Fue una patada para su ombligo, ya no centro del
universo como él creía.
Bruno
sabía que no convenía tampoco forzar, así que asintió un par de veces con la
cabeza, y dijo: - Perfecto, envíeme los archivos donde siempre por favor. Un
saludo.- Se quitó los cascos, silenció el móvil, haciéndoselo ver al cliente
presente y se lo guardó en el bolsillo. Ese truco bastante sucio del móvil, se
lo había enseñado Don Nuño, perro viejo.
Se sentó en la silla, miró al hombre que tenía
en frente y dijo: -Disculpe, no sabía que le encontraría aquí, creo que no ha
pedido cita. Bueno, usted dirá…- a continuación mostró una sonrisa para relajar
el ambiente.
El
hombre se cuadró de nuevo ya más relajado: - Verá no sé si acuerda de mí, fui
uno de los asistentes en el caso de Mariana Fernández, mi hermana. Un caso de
divorcio, consiguió que mi hermana recibiera la pensión.- El hombre se reclinó
en el asiento. – Verá, ahora soy yo el que quiero un divorcio, y si no pensión,
al menos quiero que no me quiten todo lo que he ganado estos años. - El hombre estaba nervioso, tenía perlas de
sudor en la frente.
Bruno
asintió y se lo preguntó sin demasiado tacto: - ¿Hubo algo que provocara esta
ruptura? Por cierto, ¿El divorcio es de “mutuo acuerdo”? Quiero decir, ¿ella
estará ahora viendo a su abogado?- Este tipo de casos a Bruno lo desgastaban.
Odiaba los casos de divorcio. No era por esa chorrada de que dos personas que
se querían se divorciaran, llevaba suficiente tiempo viendo casos de divorcio
como para saber que justamente las parejas que pasaban por los juzgados, rara
vez se querían. Como mucho había una persona que sí quería y otra que no, como
en el caso de la hermana, Mariana, una mujer que estuvo manteniendo a su pareja
mientras hacía unas oposiciones. Y el muy cabrón cuando las acabó y se pudo
sostener sin ella, se quiso ir. Apoyándose en otro famoso caso parecido, Bruno
reclamó las ganancias de esas oposiciones como bienes gananciales de pareja, y
así Mariana ganó esa pensión.
Los
casos de divorcio, la mayoría, consistían prácticamente en que o las dos partes
de la pareja eran mala gente, que vivían apaciblemente porque tenían algo que
sacar del otro, hasta que se aburrían y se peleaban por los restos. O una
persona engañaba a otra, y cuando dejaba de necesitarla, la echaba. Como
romántico galopante a Bruno le jodía ver la peor parte de la especie humana,
imaginaba que por eso seguía solo, ya no se fiaba.
Cristián,
como se llamaba el hermano, inclinó la cabeza, ¿estaba avergonzado?, y en
apenas en un susurro dijo: - Me ha sido infiel – Bruno tuvo que evitar una
carcajada. Este hombre que ahora parecía un hombre apaleado, quería separarse
de su mujer por esa infidelidad… Sabía a ciencia cierta que Cristián era
infiel, el día que ganaron el juicio de Mariana, se fue a cenar con toda la
familia para celebrarlo. El tipejo, ya casado en ese momento y con la mujer
presente en la cena, pensaba llevárselo a un club donde según Cristián “conocía
a una par de putas que se lo agradecerían con creces, él pagaba, ya le hacían
precio”. Bruno se alejó de él, alegó que tenía ya planes después de cenar y
borró su cara de su memoria. Y ahora, ese macho alfa estaba con el rabo entre
las piernas, como un perro abandonado y apaleado, porque una mujer… ¡Una
mujer!, se había atrevido a faltarle al respeto. Esta era gente de la peor
calaña, machos alfa machistas y racistas, normalmente era el pack completo. Machismo
y racismo iba junto, era algo que tenía tristemente comprobado.
Su
padre sería un macho alfa, pero valoraba a su madre, porque él valoraba la
fuerza, y ella la tenía. Mi madre era un “macho alfa” de hecho. Sus padres no
descartaban a nadie de primeras, sólo descartaban a la gente que no era capaz
de defenderse por sí misma. Sus padres eran unos depredadores salvajes, y en la
selva, el débil era la comida.
Bruno
le miró: - ¿Tiene alguna prueba? ¿Algo? – Bruno enarcó las cejas, para ser
sincero, con la esperanza de que no la tuviera. No quería defender a un tío
así, aunque fuese de una tía como ella, en la cena también la conoció y parecía
una de esas mujeres que adoraba controlarlo todo. Cada gesto, cada mirada,
Bruno pensaba que siempre tendría que mirarla las manos para ver en qué momento
colocaba el veneno en la copa o le daba la puñalada. Parecía una de esas tías
que en vez de personas, veía marionetas e hilos que manejar a su antojo.
Cristián
totalmente rojo, levantó un sobre que tenía entre las piernas: - Empecé a
sospechar y contraté a un detective para que la siguiera, aquí está todo lo que
consiguió– Parecía que se iba a echar a llorar. Con un hilo de voz añadió: –
Aquí está también el resto de información que he cogido de la gestoría, facturas
de las compras hechas, nóminas, etc… Todo a mi nombre, todo mío-
Bruno
decidió que lo que menos le apetecía era consolar encima a ese hombre, así que
optó por quitárselo de encima cuanto antes mejor: - Perfecto Cristián, es mucha
documentación, buen trabajo. Déjeme que me lo mire todo para planear la
estrategia, entre hoy y el lunes le llamaré. El lunes mismo quedaremos, si le
parece bien. – Bruno percibió que no pensaba levantarse tan a la ligera, así
que muy sutilmente, mientras se levantaba de la silla y abría la puerta del
despacho, añadió: -Si quiere vaya a tomar un café ahí abajo, relájese, es una
cafetería estupenda. – Con su mejor sonrisa, mientras vio que por fin el tipejo
abandonaba el despacho, añadió: - ¡Yo me pongo manos a la obra ya mismo! Un
saludo.
Bruno
le vio abandonar el bufete sin despedirse de Matilde, los pocos clientes de esa
calaña que habían pasado por el bufete nunca lo hacían. Total, Matilde sólo era
una secretaria, como del “servicio”, no merecía su atención. ¡Era horrible esa
actitud! La gente no se daba cuenta, pero muchas personas seguían ancladas en
esa mentalidad casi feudal, donde se separaba al señor de la villa del “servicio”,
y jamás se le miraba a los ojos.
Una
de las cosas que le gustaban de su trabajo, es que le había ayudado mucho con
su timidez galopante, el trabajo, le había permitido tener esa excusa para
abordar a alguien y hablarle. Era un cliente, su cliente, tenía que hablarle
por huevos. Cuando entraba en el bufete, se perdía ese Bruno que se quedaba
embobado con una tía en el autobús, y entraba Don Bruno, un hombre que más que
abogado, era casi un showman, con una sonrisa radiante en la chistera. Forzado
a ser becario o abogado, el miedo escénico que le podría costar que se
cumpliera su peor miedo de empezar como becario, se convirtió en confianza.
Así, desde el primer día que entró a dejar su CV a Don Nuño, el traje fue su
vestuario, el bufete su escenario y Don Bruno, el personaje que creó para hacer
de su vida un show en ese pequeño teatro.
En
fin, vamos a ver esa documentación pensó Bruno.
La
verdad es que al menos Cristián le había facilitado el trabajo, lo traía todo
bien clasificado. Tenía por un lado unas fotos del detective cada vez más
subidas de tono, de hecho dejó de verlas, aquellas imágenes cada vez estaban
con menos ropa, se preguntó entre risas si aquellas fotos las habría acabado
haciendo con una sola mano… En serio, ese detective se había quedado durante
toda la escena, varias veces, ¡eso era profesionalidad!
Empezó
a perderse entre el montón de facturas, intentando encajar fechas de boda, con
fechas de compras, etc… Debía ordenar primero todo por fechas y relacionarlo,
ese trabajo le llevaría fácilmente toda la mañana. Era un trabajo pesado y
mecánico, primero sólo debía mirar los números de las fechas y ordenarlos.
Después, sólo debía ver la fecha del casamiento, y separar facturas de antes y
después de esa fecha. Por último restaba hacer lo de siempre, ver a qué cosas
se podía renunciar, regalos para ella, joyas, vestuario, etc… Y por otro lado,
ver a qué cosas no se estaba dispuesto a renunciar, casa y coche, por ejemplo.
Al
principio le había gustado eso de revisar documentación, lo reconocía. Era la
novedad, era una búsqueda de fisuras en la mentira de los clientes, tanto en el
propio, como en el de “el enemigo”, como le gustaba decir a su padre. Una vez
le tocó desmontar la coartada de un asesinato, nada muy grande, los mafiosos de
verdad no se iban a un bufete pequeño donde le agenciaban a un solo abogado,
eran más bien dos camellos subidos de tono. El caso ni siquiera lo llevó él,
pero ayudó a Don Nuño con la documentación. Aun así, eso tuvo su gracia, ahí sí
se hinchó su pecho de orgullo, como si de verdad fuese un caballero de
cruzadas, por la gloria de la dama Justicia.
Toda
la vida le habían educado para ser abogado. De hecho, hasta sus doce años, él
mismo sabía que haría eso. En su imaginación, él sería el mejor de su
promoción, a la salida le cogería una empresa enorme para ser abogado. Y a los
treinta años, entraría en el bufete de su padre por méritos propios, con su
propio despacho como así merecería, de hecho, sería el abogado más brillante de
la familia Garrido. Ya se sabe, un futuro brillante, ambicioso, a bombo y
platillo, como merece la imaginación de una persona joven.
Pero
a los doce años algo cambió. El arte en su casa nunca había tenido lugar. Sus
padres sólo eran aficionados al arte que daba “clase”, que añadía valor
económico-cultural. Obras de artistas trasnochados, arte moderno que quizás
sabiendo la historia que venía detrás del cuadro, hiciera que cobrara sentido.
O quizás si la cabeza que mira tuviera algún tipo de imaginación detrás,
agitando la mirada, y jugando con las extrañas formas del cuadro… Pero no era
el caso de su familia, y a Bruno, en consecuencia, jamás le habían enseñado a
mirar de ese modo.
A
los doce años, su familia por fin le llevó a una de esas exposiciones de las
que volvían con cuadros que ni él, ni su familia, entendían. Pero que colgaban
en la casa porque era lo que dictaban esas raras revistas de decoración y arte,
que el decorador de interiores que trabajaba para la familia coleccionaba.
Estuvieron horas viendo la exposición. Fidel, como se llamaba el decorador, les
fue guiando y proponiendo qué cuadros podían llevarse y explicando aburridos datos,
de artistas y del cuadro en cuestión, que los padres de Bruno repetirían en
fiestas y reuniones sociales. Al cabo de una hora, Bruno se aburrió de escuchar
esos datos y se perdió en la exposición al entretenerse mirando uno de los
cuadros.
Le
llamó la atención un cuadro pintado en blanco y negro, tan solo con los matices
de grises. El paisaje le parecía bonito, pero el resultado con los colores, le
parecía feo. Un extraño acento le preguntó a su espalda.
-¿Qué
ves? – Bruno dio un brinco, se dio la vuelta. Vio a un hombre moreno, ¡con
gafas de sol de pasta marrón!, un traje verde oscuro veraniego, camiseta
amarilla de tirantes y chanclas de cuero. Lleva barba de dos días muy cuidada,
pendiente y rastas. Ese hombre apestaba a artista. Tenía una perenne sonrisa
alegre, pero más que burlona, invitaba a hablar.
Una
vez se calmó, Bruno consiguió responder un poco desconfiado y de una manera
algo boba: - Un cuadro en blanco y negro – Según salió de su boca, se
arrepintió de sus palabras, había quedado como un idiota.
El
hombre sonrió un poco más y dijo: ¡Nooo! Eso lo ve cualquiera, digo qué ves tú.
¿Qué te da ese cuadro?- Dios, ese tío le ponía nervioso, le recordaba a Rafiki,
el maldito mono de El rey león. Su acento era claramente brasileño, y su
sonrisa, claramente hipnótica, no había burla, tan solo diversión. No lo tomó a
mal, al fin y al cabo había dicho una idiotez.
Bruno
ya un poco avergonzado: - Mmm no sé, quizás algo claustrofóbico, es un paisaje
bonito, pero está en blanco y negro. Y la formas, están como curvadas, como
deformado el dibujo…- Le miró como buscando aprobación, sentía que estaban
juzgándolo, como pasando un examen.
El
brasileño aumentó su sonrisa, parecía que se iba a abrir su cabeza por la mitad
como una piña, y asintió: - Sigue niño, saca todo, vamos. – Ese acento era
goloso, realmente invitaba a hablar, era alegre.
Bruno,
suspiró, no estaba acostumbrado a hablar de sensaciones, ¡él era un hombre
joder!, los cuadros eran manchas de pintura, nada más. Ese desconocido estaba
sacando algo de él, eso, desconocido: - No sé, quizás es como ver algo grande,
algo bonito, como un bosque de esos de revista de agencia de viajes, a través
de un cristal roto. Ves todo deformado, ves todo roto. Sí, así es, es como
cuando llegas un día sin ganas a casa y no te apetece nada, el mando está
demasiado lejos cuando te apetece cambiar de canal. O los brazos te pesan
demasiado… - Bruno se sintió el más estúpido del mundo, aquel personaje que se
guiaba por las sensaciones, y él mencionando el mando a distancia. Pero sentía
los ojos de su padre clavados en la nuca, o peor aún, los oídos. Nunca se había
parado a mirar un cuadro, a “sentir un cuadro”, y que lo viera su familia,
especialmente su padre, era algo que lo abochornaba. Un día, a los diez años,
el colegio hizo una excursión a un concierto de música de cámara, un concierto
de música clásica en vivo. Se le erizó la piel, no recordaba bien la música,
sólo recordaba a sus diez años volviendo a casa con el alma envuelta en un
pañuelo de coordinadas y armoniosas notas musicales, no sabía lo que había
sentido, sólo sabía que fue la primera vez que estaba tan feliz, que se le
desbordó la felicidad y cayó de sus ojos en forma de lágrimas. A la vuelta, le
habló a su familia entusiasmado de ese concierto, de esa sensación, de la
música, de los pelos de punta… Y paró en seco, su padre le miró con una mezcla
de desprecio y miedo, ¿y si salía artista?, pensó Héctor: - Hay que joderse, el
hijo nos ha salido maricón- Se rio mirando a su madre y a Iván, el hermano
mayor de Bruno, que rieron con compañerismo con su padre. A Bruno en ese
momento se le quebró algo, se sintió mal, como si hubiese hecho algo sucio,
algo malo. Además de a su familia, a su padre, lo había decepcionado… Al día
siguiente, para compensar tanta tontería, Bruno comunicó que quería apuntarse a
boxeo. Con un aplauso familiar cayeron mil hachazos para podar a su forma el
alma de un niño que tardaría años en recuperarse, y cuando lo hiciera, lo haría
con miedo y vergüenza a espaldas del mundo y su familia. Crecería ocultando a
todos las primaveras, alegrías y ganas de vivir que entre sus ramas se
mecerían…
El
brasileño soltó una risa corta. Como si hubiera confirmado una sorpresa, como
quien confirma un regalo que esperaba con ganas: - ¡Muy bien niño! Escúchame
bien. Un cuadro puede decir algo y gritarlo.- el brasileño se irguió enorme
sobre sí mismo- O puede susurrarlo. – se hizo chiquitito, casi de rodillas- Un
cuadro puede ser una frase corta, un mensaje, un detallado paisaje. Puede ser
algo encriptado, puede ser algo que tengas que descubrir, pueden ser pequeños
detalles, como ahora. O algo complejo, quizás hasta necesites saber qué vivía
el artista para entenderlo. Pero siempre hay tres mensajes, el que el artista
quiso decir, el que tú entiendas y el que tú quieras imprimir al cuadro.- Miró
a Bruno para ver si lo había entendido.
La
verdad es que el tío parecía que estaba como una puta cabra, pensó Bruno, pero
como Rafiki, era un sabio a su manera: - Entiendo – Bruno asintió sin demasiada
convicción.
Por
primera vez, el artista dejó de sonreír, le miró fijamente a los ojos y le puso
la mano en el hombro como si le estuviera confiando el secreto de la vida: -
Escúchame muchacho, para muchos ya es tarde, pero tú estás a tiempo de
salvarlo.- Bruno se acojonó, abrió los ojos como platos, no sabía de qué estaba
hablando. Él continuó: - Tienes
un corazón en llamas, deja de intentar apagarlo, disfruta de su calorrrr -
Roberto, como se llamaba, empezó un pequeño baile, cambiar el peso de un lado a
otro de su cuerpo y a sonreír de nuevo. Enderezó la cabeza con un movimiento
seco y cada rasta volvió a su lugar. Ese tío tenía cada palabra y cada gesto
estudiado pensó Bruno, menudo narcisista, pero tenía algo grande, no sabía qué
era, pero no podía dejar de mirarle y escucharle.
Pasearon
un rato más por la exposición, la verdad es que Bruno disfrutaba aprendiendo,
lo sabía desde siempre, su curiosidad era implacable. Y Roberto le estaba
descubriendo un mundo nuevo, raro, pero nuevo. Era como esa ventana que daba a
un paisaje, a un reino, al que su familia nunca le había dejado asomarse, no es
que estuviese reservado para las mujeres, como esas películas de amor que su
madre hacía ver a su padre. Era más raro aún, estaba reservado para esa especie
aparte que su familia no entendía, para los artistas. Su familia no la entendía
y de hecho, la despreciaba.
-¿Cómo podía ser que alguien se dedicase a pintar o componer música toda
su puta vida?- decía su padre. Desde luego, en una familia puramente
pragmática, el arte no tenía cabida. Y el lugar que tenía, era de pura fachada,
puro postureo social. El arte acababa aparcado, salvo esa visita anual a alguna
galería de arte para renovar los cuadros de las paredes.
Bruno
pasó una estupenda hora con ese desconocido, hablando de ese reino por
descubrir, hasta que llegó su hermano.
-Bruno,
¿¡dónde cojones estabas!? Estábamos preocupados. ¡Vamos “empanao”!- Miró con
desdén a Roberto, tiró de la mano de Bruno para llevarle con él y a
continuación con un tono grave, le escupió: - Gracias por cuidar de él.-
Roberto
no dijo nada, simplemente sonrío un poco menos, un poco decepcionado por la
situación, como si fuese consciente que nada podía crecer con “ese
ambiente”, y se despidió de Bruno
alzando la mano. Bruno, como recompensa por descubrirle ese mundo, en gratitud
por avivar esa llama y hacer renacer unos pequeños brotes que su familia había
arrancado de cuajo haciéndole creer que estaban mal, que iban contra natura,
simplemente hizo lo que pudo. A los cinco pasos, sin que se diera cuenta su
hermano, se dio la vuelta, sonrió a Roberto y ambos se guiñaron un ojo. Un
guiño que supo al agridulce abrazo de dos presos, que tras compartir cárceles y
mil penurias, tras la fuga, tras despistar a los guardias, se dan para
despedirse y regresar cada uno a su patria. Se guiñaron un ojo para sellar una
amistad eterna que jamás disfrutarían…
Bruno
en el despacho del bufete por fin consiguió ordenar todo el papeleo por fechas.
Revisó en qué año se había casado Cristián, en el 2009, eso les daba ¡un año de
casados! No estaba mal. Bruno pensó ¿cómo podía aguantar alguien un año con ese
tío? Pero después pensó que la mujer tenía amante, y desde hacía mínimo quince
días, que fue cuando empezó a investigar el detective, así que mucho tampoco le
aguantó por lo visto… Empezó a separar las facturas a partir de la fecha de la
boda. Facturas a nombre de Cristian, a nombre de la mujer y a nombre de la
cuenta de los dos. Investigó la fecha de los cumpleaños y empezó a ver facturas
hechas en fechas cercanas, para saber qué cosas podían ser alegadas como
regalos de cumpleaños, aniversarios,
etc...
Tras
esa visita a la galería del arte se permitió unos minutos al día para disfrutar
un buen libro, buena música e incluso ver algo de arte, cuadros, esculturas, lo
que fuera. El bachillerato lo superó sin problemas, con una media de nueve,
empezó también a dibujar en sus raros ratos libres, en que además no había
ningún ojo indiscreto de su familia. Empezó a vivir una especie de vida
paralela secreta a espaldas de su familia, unos minutos al día. Tras el
bachillerato empezó la carrera de derecho, tal y como le habían preparado. Por
un segundo, a Bruno se le cruzó por la cabeza, la descabellada idea de mandar
todo a tomar por culo, mentir a su familia, matricularse en Bellas Artes con el
dinero que le dieran para la matrícula de Derecho. Pero eso era ir demasiado
lejos, pensó, no tuvo valor…
Un
día, su padre encontró uno de sus dibujos en un cuaderno mientras veían una
duda sobre Derecho Civil, estaba ahí, dibujada en el margen del cuaderno, una
mujer como saliendo de una pared en la que estaba atrapada, un dibujo copiado
de una escultura que le encantó por la fuerza que tenía. Su padre empezó a
recorrer las páginas del cuaderno y al ver que todos los márgenes estaban con
dibujos, con garabatos, resopló, le miró: - ¿Es por esta mierda que en primer
año no has estado entre los cinco primeros de tu promoción?- Miró a uno y otro
lado y después le miró fijamente, con esa mirada dura dispuesto a morderle la
yugular: - Si quieres ser un puto dibujante de caricaturas, vale, pero no nos
hagas perder el tiempo al resto. Te recuerdo que el plan era ser el mejor de la
promoción, y eso lo dijiste tú- Con un resoplido, cerró el cuaderno y salió de
la habitación con un portazo que partió a Bruno en dos.
Desde
ese momento hizo acopio de toda la disciplina de la que fue capaz y sólo dibujó
los fines de semana, cuando su hermano estaba con los amigos, y sus padres, con
una familia amiga tomando algo. Consiguió compensar la cagada de primer año y
quedar segundo de la promoción, recuperando así por fin el orgullo y la
aprobación de su padre, y de la familia, aunque fuera a cambio de él mismo.
Por
eso, al mismo tiempo, se propuso los otros dos puntos, que trabajaría de
abogado según saliera de la carrera, y que se independizaría, pensó Bruno.
Quería a su familia, porque la quería. Joder, eran buena gente, sus padres y su
hermano ahí habían estado cuando los había necesitado. Le querían, y él les
quería a ellos. Pero en ocasiones sentía que sólo encajaba porque había nacido
allí, pero no entendían nada de lo que pasaba por su cabeza, y eran tan
sólidos, eran tan duros, que la única manera de encajar una pieza nueva, era o
romperles a ellos, o romperse él.
Así,
cuando terminó la carrera y encontró el trabajo con Don Nuño, en el bufete
VitoresAbogados, y aprovechando que este estaba en plena calle Atocha, tuvo la
excusa perfecta para mudarse a la cercana zona de Lavapiés. Donde ya había
visto que había mil artistas que soplaran las ascuas y reavivaran el fuego para
sentir de nuevo, ese corazón vivo, en llamas. Poder sentir de nuevo la amplia
sonrisa, los pelos como escarpias y la felicidad iluminándole las pupilas…
Desde
que se mudara hace un año, había ido regularmente a clases de pintura, había
conocido a directores de galerías de arte, a escritores y músicos. Se había
hecho amigo de Guillermo, diseñador de juegos de mesa, más bien inventor de
ellos. Desde hacía un año se había sumergido de lleno en un mundo que nunca
antes había experimentado, un mundo que le gustaba, un mundo que,
cariñosamente, acabó por llamar “Su mundo”.
Desde
que se sumergía cada vez más en Su mundo, el trabajo lo asfixiaba cada vez más.
Lo notaba, pero no sabía porqué. ¡Joder¡ Había estudiado derecho, segundo de su
promoción, estaba ejerciendo de abogado, se le daba de puta madre, se había
independizado, ¡uno de los pocos de su edad que se había independizado!...
Debería estar en la cima del mundo, y no era así. No era feliz. Sí, no tenía
hambre, no tenía frío, las necesidades básicas, y parte de las no tan básicas,
estaban cubiertas… Eso era lo peor, que no era feliz y no podía quejarse de
nada. No era como esa gente que nace en un país pobre y está condenada a morir
o sobrevivir, y su vida sólo puede cobrar brillo si hace algo realmente
descabellado, algo realmente heroico, y que aún así, por quedar fuera del foco
de los países civilizados, posiblemente esa historia caería en el anonimato. O
como mucho, una vida que debería ser leyenda, se quedaría en una simple historia
de motivación recogida en un vídeo youtube de no sabía cuántas mil visitas.
Hacía
tiempo que le costaba levantarse, de hecho, esa chica del autobús era una
especie de salvavidas, era un motivo para levantarse de la cama por la mañana,
coger el bus y ya de paso, ir al trabajo. El trabajo en sí, había dejado de ser
un motivo para madrugar, no se sentía cómodo, casi inconscientemente quería que
le despidieran, era una mierda que el subconsciente fuera más valiente que el
consciente, pensó Bruno.
Tener
esa excusa para replantear los cimientos de su vida, reconstruirla de arriba a
abajo, porque total, estaban a finales de Mayo, y nadie iba a encontrar trabajo
de abogado en esas fechas, era difícil. La verdad es que era mentira, ya había
rechazado una oferta de trabajo, algo mejor pagada, porque estaba en una zona
distante y el horario no le permitiría dedicar tanto tiempo a Su mundo por las
tardes. Así que no tendría más remedio que inventar nuevos modos de buscarse la
vida. Quizás caracterizando el nuevo juego de Guillermo, o hablando con Julio,
el director de la pequeña galería de arte que había echado un vistazo a sus
dibujos… Tenía mil castillos en el aire, mil castillos de arena y no se atrevía
a cimentar ninguno. Le parecía un cambio demasiado grotesco, de abogado a
artista. Y sobretodo, era una de esas cosas que no podía decir a su familia. Si
se moría de hambre, morirse de hambre como artista era ser desheredado en el
acto. Pero triunfar como artista, era casi lo mismo, su familia, Bruno tenía la
extraña convicción, de que dejaría de hablarle. Y esa era la encrucijada en la
que siempre le paralizaba el pánico, y en la que siempre volvía a agachar la
cabeza y a elegir la abogacía como modo de vida, porque total, al fin y al cabo
no traía complicaciones y se le daba bien…
Bruno
terminó de ver por fin qué facturas pertenecían a cada uno. Estaba comprobando
las fotos del detective, cuando vio que entraba al bufete Don Nuño. Intercambió
unas palabras con Matilde y ambos se dirigieron a su despacho, Don Nuño traía tres
sobres en la mano.
Don
Nuño cedió el paso a Matilde. Matilde miró a Bruno y le hizo uno de esos gestos
que indicaban que no sabía de qué iba esto. La cara de Don Nuño era un poema,
hablaba de debilidad, flaqueza y sorpresa. Imaginaba que los niños que se
enteraban de que los Reyes Magos no existen, caminarían con la misma cara.
Don
Nuño carraspeó, se llevó la mano a la boca y dijo: - Bueno jóvenes, ya sabéis
que he tenido unos problemas de salud últimamente.- Bruno asintió mirándole a
los ojos. Bien lo sabía, su primer caso, ese ejercicio precoz de la abogacía y
esas ayudas en la documentación en los casos de Don Nuño, fueron precisamente
porque Don Nuño algunas veces se encontraba mal, llegó a ausentarse hasta una
semana. De hecho, Bruno no sabía exactamente cómo se mantenía el bufete, porque
realmente no tenían muchos clientes. Para Don Nuño VitoresAbogados era como un juego, un hobby
para no dejar totalmente su pasión por la abogacía y abandonarse al aburrimiento
de la jubilación, montó el negocio cuando lo intentaron prejubilar a los 60
años en el bufete en el que trabajaba. Prosiguió Don Nuño: - Estos problemas
han ido algo más allá y me temo que ha llegado el momento de tirar la sotana y
disfrutar de la vida en familia y amigos, toda esa mierda cursi que hace
ilusión, ya sabéis. – Desvió la mirada, tenía los ojos vidriosos, estaba
haciendo la escena lo más llevadera posible, pero al final lo estaba jodiendo
vivo. Lo bueno de un bufete pequeño, es que al final reina la confianza, ya
eran todos prácticamente amigos.
Matilde
no pudo aguantar más y con una cara de piedra, preguntó: - ¿Pero qué tiene Don
Nuño? – Don Nuño casi ni la miró, añadió: - Cáncer – Matilde, ya con una
lágrima cayendo por el rostro, volvió con la nueva pregunta: - ¿Cuánto le
queda? – Don Nuño, ya apretando los puños, con un hilo de su voz carrasposa de
todo el tabaco que le acababa de mandar la sentencia de muerte: - Tres meses –
Matilde soltó un pequeño grito y se lanzó a abrazar a Don Nuño, susurrando
entre lágrimas mil porqués, aunque todos lo sabíamos, Don Nuño era una persona
increíble, uno de los pocos abogados que no había educado el diablo, lo cierto
que es que fumaba a todas horas, había jugado a la ruleta rusa, y había cargado
la pistola con balas de más con cada pitillo que se metía en la boca. Bruno se
levantó de su silla y fue paso a paso hasta que se fundió con Matilde y Don
Nuño en un abrazo, un abrazo donde contacto piel con piel intercambiaron toda
la admiración que se tenían entre todos, un abrazo donde en cada lágrima nadaba
un respeto y un cariño de haber estado juntos en el mismo barco, barco que ya
llegaba a puerto y todos sabían debían bajarse y separarse.
En
realidad, la estocada al corazón no venía por la muerte de Don Nuño, que tenía
70 años, tarde o temprano debía pasar. La estocada era porque una persona que
resuelve al mundo más problemas de los que deja, una persona que hace llorar al
mundo que tiene con él, más veces de alegría que de pena, no merece acabar así,
entre sesiones de quimioterapia y morfina. Don Nuño era una de esas personas
que los dioses deberían reservar ese derecho de una muerte digna, una muerte de
viejo, pasando del sueño de una noche al sueño eterno, dejando que se escurra
poco a poco su conciencia. Hasta que sólo le quedaran dos certezas, saberse
feliz, con una vida que brilló con luz propia, y saberse muerto, pero sin
sufrimiento.
Tras
diez minutos de abrazo, en el que se dijeron todo lo que nunca se decía. Te
quiero, te respeto, te admiro… Don Nuño recuperó la compostura: - ¡Bueno vamos
vamos jóvenes! Que a mí me queda suficiente vida por delante y a vosotros más,
y no nos la vamos a pasar llorando, cojones. Escucharme pupilos, lo siento
mucho, pero este chiringuito lo voy a cerrar. – Don Nuño miró el despacho, le
daba pena, fue su hobby durante diez años, había llegado a ganar algunos casos
de los que incluso a su edad, donde la vida ya le tenía prevenido de toda
sorpresa, le hicieron sentirse orgulloso. – Obviamente a mis hijos laborales no
les voy a dejar en la estacada, en los sobres tenéis un finiquito con
intereses, los papeles del despido para que tengáis derecho a paro y además,
una carta de recomendación.- Don Nuño tenía los brazos por delante para que
nadie se le abrazara de nuevo y poder terminar de zanjar todo el asunto
legal-laboral. A continuación añadió mirando a Bruno: - Don Bruno, he pasado su
cliente, Cristian, al bufete LópezAsociados. Mis casos también, de todos modos,
les he hablado muy bien de ti, como te mereces chaval – le guiñó un ojo y le
dio una palmada en el hombro, entre los lagrimones, Bruno contestó con una
sonrisa, como mejor pudo. – Este lunes te llamarán para concertar una
entrevista, pero vamos, les he dicho que tú ya habías ordenado la documentación
y todo. La idea de ambos es que entres en el otro bufete y lleves ese mismo
caso.- Don Nuño tosió y cambió la mirada a Matilde. – ¿Y qué vamos a hacer con
la mujer más guapa del lugar? – Don Nuño intentaba imprimir algo de alegría,
pero Matilde estaba rota y volvió a llorar a moco tendido de nuevo. – Tranquila
mujer, en serio, estaré bien. ¡Y tú también!, he hablado con unos amigos de una
empresa y necesitan una secretaria, este lunes te llaman y el martes si quieres
empiezas. Deja el pabellón bien alto ¿eh pequeña?. – Esa pequeña muestra de
cariño medio paternal, no hizo más que quebrar a Matilde.
Estuvieron
una hora más entre abrazos y despedidas. Entre risas histéricas y lágrimas a
moco tendido. Parecían un grupo de bipolares, pero es lo que tienen tres amigos
con las emociones a flor de piel, con la muerte asomando por la puerta para
llevarse a uno de ellos. Y es lo que tiene la presencia del cuarto miembro, que
rompe con toda la cortesía social, con toda esa coraza que impide decir te
quiero, te respeto, te admiro, es curioso cómo está armado el mundo, pero la
mayoría de los reconocimientos, son para los muertos… Una auténtica lástima.
Una auténtica lástima que nuestros protagonistas esa hora se saltaron con
creces, salieron de ese despacho como merecen, entre flores y laureles.
CAPÍTULO 3
Bruno
no tenía muy claro cómo había llegado al autobús de vuelta a casa. Iba con el
piloto automático con las coordenadas que marcaba la rutina. La verdad es que
su aspecto era bastante lamentable, maletín en el suelo, él sentado
despatarrado, el traje arrugado con la camisa medio desabrochada y la corbata
bien holgada. Para rematar ese aspecto, Bruno encima tenía los ojos hinchados
de haber llorado. Por la mañana parecía un triunfador y por la tarde, la
historia de un fracaso. Se dio cuenta porque la gente había empezado a mirarlo.
-
Disculpa, ¿estás bien? Toma un pañuelo.- Bruno tomó el pañuelo de papel que
venía de su derecha sin mirar prácticamente, sobretodo porque notaba que se le
estaban cayendo los mocos. Cogió el pañuelo se sonó y luego, recuperando algo
de dignidad: - Muchas gracias –
Bruno sonrió y miro ya en dirección al prestamista… ¡A la prestamista! ¡A la
increíble prestamista de jersey naranja!
Ella
sonrió, era preciosa, tenía el pelo castaño recogido en una trenza larga. – Si
me lo pides por favor, tengo hasta una botella de agua- Bruno no tuvo más
remedio que reírse, y con una súplica que iba entre la alegría y la pena,
añadió un lamentable: - Por favor - Bruno se sentía ridículo, se sentía tan
ajeno a la situación, tan sacado de ella, que esa mujer le había dejado de dar
miedo. Estaba tan en los cimientos, con su cara desnuda de máscaras, como
aquella temible fiera africana que la graban con sus cachorros y deshacen un
mito, que le daba igual todo. En realidad, no se sentía ridículo él, sentía
ridícula la situación. Tenía tantas emociones a flor de piel, tenía para él
ahora mismo la palabra vida tantos significados, que no entendía qué clase de
persona era esa que no podía hacer algo por timidez o miedo. Don Nuño, ese día,
había sido para él un Carpe Diem viviente, un ánimo para aprovechar el momento.
Sí, a diario veía accidentes, enfermedades, y de gente mucho más joven, casos
mucho más “injustos”. Don Nuño al final y al cabo tenía 70 años, y tenía un
cáncer por el que había pujado cigarro a cigarro. Pero él era el que había roto
esa coraza que hace a un corazón impermeable a las desgracias, por pura
necesidad y supervivencia, porque si no moriríamos de pena por el hambre en
África, los burkas en Afganistán y las matanzas en Palestina… Y en ese momento
en que no era impermeable, en que una desgracia del círculo personal rompe esa
coraza, se coló Don Nuño con la reflexión que Bruno necesitó tomar, Carpe Diem,
el miedo y la timidez son lastres estúpidos, aprovecha el momento.
Bruno
bebió un trago largo de agua, cerró la rosca y se la devolvió con una sonrisa
de oreja a oreja, como la de un niño que acaba de comerse su golosina favorita:
- ¡Qué bien me ha venido ese trago!- dijo imitando a uno de esos duros vaqueros
de pelis del oeste, mientras se limpiaba la boca con la manga. Ella se rio a
carcajada suelta. - Bueno, ¿y
quién me ha salvado de morir de sed? – Soltó una risita nerviosa, y contestó: -
Mariela – Bruno se sorprendió, casi acierta, sólo faltaron las consonantes, en
su imaginación ella se llamaba Daniela.
Estuvieron
hablando todo el autobús, con un brillo en la mirada, ya pensando ambos en una
segunda cita. Se intercambiaron los nombres en el primer minuto, se
intercambiaron los números en el segundo y al tercer minuto, se intercambiaron
unas miradas cargadas de “y si fuera él o ella”, cargadas de esperanzas.
-
Bruno en serio, me da muchísima rabia no poder verte esta tarde, tengo mañana
por la mañana que entregar un adelanto de mi Proyecto de Fin de Carrera. En
realidad era para hoy, pero me quedaré por la noche y entregaré el sábado por
la mañana por email… Pero en serio, mañana nos vemos, estás obligado, ¡si no,
no haber sido tan majo!- Mariela,
le dio un abrazo y un beso en la mejilla, aunque bien pareció que le dio a
Bruno unas alas en la espalda, porque desde ese momento se quedó como flotando
en el asiento.
-
Tranquila Mariela, intentaré sobrevivir sin ti, pero no prometo nada eee – Con
un gesto dramático llevándose la mano a la cabeza. – A saber qué queda de mí
mañana- Ambos se rieron y se despidieron alzando la mano, justo antes de que
Mariela saltará del autobús y se perdiera calle abajo.
Bruno
llegó a casa envuelto en una nube de emociones. Parecían nubes de verano, unas
veces parecía que hacía un sol cálido que le acariciaba la piel y le caldeaba
el alma. Otras parecía que empezaba una de esas torrenciales lluvias de verano,
que te deja calado hasta los huesos. Así se sentía, una mezcla extraña, la
alegría de haber conocido a Mariela con la triste futura pérdida de Don Nuñó.
Miró
la pared del fondo, donde a costa de cargarse la fianza del casero, había
tenido el primer destello de rebeldía y había pintado un hermoso bosque. Era un
poco caótico, había empezado a hacer el boceto al mes de estar en su casa.
Luego había ido añadiendo líneas, borrando otras, dando “expresión” a ese
bosque. Quería que fuera como uno de esos bosques de cuento, un bosque mágico,
quería que diera la impresión de que tras cada árbol había un hada escondida
riendo como una niña observando a hurtadillas al observador de la pared. Cada
mes que aprendía más y más en las clases de pintura, ya iba a cuatro a la
semana más algunos talleres intensivos los fines de semana, iba añadiendo
detalles y retoques a esa pared.
Aún
quedaba el qué haría con la llamada del lunes, con la llamada de
LópezAsociados… ¡Joder! Con lo fácil que habría sido haber sido despedido y ya
está, sin ofertas. Un empujoncito a buscarse la vida que él quería. Su familia
no podría decir nada y él quedaría tranquilo, pensó Bruno…
En
ese momento se dio cuenta, se estaba comportando como un niño, se había
independizado, tenía sus ahorros, tenía una salida, o medio salida al menos.
¡Si su familia quería un hijo abogado, que tuviera otro! Era el momento de
coger las riendas, es posible que al principio les ocultara parte del plan, de
hecho, todo el plan. Pero poco a poco, según fuese dando sus frutos, podría ir
mostrando con orgullo su nueva vida. Lo que no podía hacer de momento es llegar
a su familia con un montón de castillos en el aire, sería como llegar con unas
habichuelas, decirles que son mágicas y que todo crecería antes del mes que
viene. Poder podía, pero le ingresarían en un manicomio, de hecho él mismo
firmaría la solicitud… Es cierto que era un poco arriesgado, pero al fin y al
cabo con un plan seguro como el que había llevado a cabo hasta ahora, estaba
seguro de que no era feliz, era hora de echar un órdago al mundo.
Cogió
su teléfono y marcó a Guille, un amigo bastante friky, siempre estaba
desarrollando juegos de mesa y siempre le había dicho que porqué no le ayudaba
a ilustrarlos. Además tenía una tienda de juegos de mesa, donde además de
ofrecerle trabajo, le había pedido alguna noche ajetreada con ligas de algún
juego de mesa u ordenador, que fuese a echar una mano.
-
Guille, soy Bruno. ¿Te apetece tomar algo esta noche?... ¡De puta madre! ¿22:00
en la plaza y luego vemos?... Sí sí, estoy bien, tranqui, luego te cuento… ¡Un
abrazo!- Bruno colgó el teléfono, y decidió que en ese fin de semana iba a
mover todas las cartas de su mano, para ver cómo podía cimentarse su nueva
vida.
Volvió
a coger el teléfono y marcó un nuevo número.
-
¿Julio? Sí, soy Bruno, nos conocimos en una exposición en Lavapiés…. Sí,
exacto, el artista de “Los sueños son vida”. ¿Cuándo pasas por Madrid?...
¡Genial! Sobre la oferta que me hiciste, ¡estoy interesado! ¿Este fin de semana
tienes un hueco para comer?... Perfecto, me confirmas a lo largo de la semana,
pero en principio jueves… Un abrazo Julio, ¡muchas gracias!-
Colgó
el teléfono. Bruno preferiría que hubiese sido este fin de semana la reunión,
de este modo podría tener algo más a lo que agarrarse antes de decir que no a
LópezAsociados, pero bueno, la decisión estaba hecha.
Se
puso a recoger la casa y a ordenarla. Desde que vio una película, Sin límites,
en la que el protagonista tomaba una droga que reactivaba el cerebro y vio que
lo primero que hacía para empezar a trabajar, era ordenar la casa, siempre
pensó que ordenar una casa, era como ordenarse a uno mismo para poder hacer lo
que uno quisiera. Así que se puso manos a la obra.
Tras
fregar y limpiar todo, y poner cada cosa en su lugar, se puso a ordenar sus
blogs de dibujo. Decidió que se llevaría a la cena algunos bocetos para dos
juegos que sabía a ciencia cierta que Guille estaba desarrollando. Uno de los
juegos era de cartas, se suponía que cada jugador manejaba un artista, se
trataba de llegar a conseguir escribir un libro, disco o a lo que se dedicara
el artista, sin caer en drogas, en la locura, en la depresión o cosas así. Así
por ejemplo, Terry Pratchet, escritor de Mundodisco, era inmune a la locura.
Bob Marley, era inmune a las drogas. Todos los perfiles tenían un punto irónico
un poco cabrón, pero el juego tenía su gracia. Bruno tenía ya hechos los
bocetos de Bob Marley y Terry Pratchet, tenía ganas de ver si le gustaba la
estética que le estaba dando, con un toque de caricatura pero sin llegar a ser
infiel del todo a los artistas reales, para ver si seguía dibujando el resto
del juego con este estilo.
El
otro juego de Guille era un juego de estrategia tipo ajedrez, pero con cartas
también. Ambos jugadores tenían las mismas cartas y las mismas fichas, era un
juego donde la suerte, cosa que Guille odiaba a muerte, pintaba poco. Estaba en
contra del azar y los dados. Guille le había dicho a Bruno que quería varias
“versiones” del juego. Así una de elfos contra orcos, para la gente joven con
imaginación aun corriendo por sus venas. Otra versión de las tropas francesas
contra las tropas españolas, inspirada en la Guerra de la Independencia, Bruno
ya había hecho bocetos de ambas versiones. La versión histórica la había hecho
con todo tipo de detalle, pero dándole un toque épico a los gestos de los
personajes de las cartas, como si cada uno de ellos fuese un héroe.
A
la hora de hacer estos últimos bocetos históricos, hacía apenas una semana, se
le ocurrió una reflexión un poco tonta. “Hay arte para todos”. En ese momento
se le ocurrió que había un tipo de arte, que sí le podía gustar a su familia.
Una cosa es que quisiera al principio del camino, que nadie le estorbase con
miradas y críticas innecesarias, y otra cosa, era que pensase vivir una vida paralela a la de su
familia eternamente. Tenía que buscar un modo de que respetaran lo que hacía,
de converger con ellos en un punto, y creía que lo había encontrado. Desde
hacía una semana estaba haciendo bocetos de un óleo que pensaba pintar para el
despacho de Garridos Abogados. Le pareció una idea muy poética esa de entrar al
bufete de su familia, no de abogado, sino haciendo lo que de verdad quería.
Desde que se le ocurrió la idea, supo que a su familia le tendría que gustar
por cojones. Sólo necesitaba algo de tiempo, y ahora lo tenía, y algo de
dinero, eso tendría que esperar hasta encontrar otra fuente de ingresos, es lo
que esperaba solucionar con Guille y Julio.
Bruno
miró el reloj, 21:00, aún le daba tiempo de darse una larga ducha caliente
antes de salir hacia la plaza para ver a su amigo. Antes de meterse en la
ducha, cogió el móvil, abrió el Whatsapp y escribió a Mariela. “Animo cn ese
Proyecto guapetona. T dejo una cancion q anima muxo para currar.” A
continuación compartió el enlace a la canción Happy de C2C, era una canción que
siempre le pareció que tenía energía suficiente para romper cualquier
aburrimiento y motivar a cualquiera para empezar a hacer cualquier cosa. Lo que
se necesita para un Proyecto.
Bruno
se desnudó, se quitó el traje lentamente, como el veterano que vuelve a casa y
se desabrocha por última vez el uniforme de combate, fue casi como un ritual.
Finalmente, arrugó todo con fuerza, pasándoselo de mano a mano varias veces,
saboreando el momento y una vez hecho una bola, lo tiró al cesto de la ropa
sucia con fuerza. Se miró al espejo y tenía una sonrisa de lado a lado, era el
último día que volvería a trabajar de abogado se prometió. Eso ya sabía que no
le gustaba. A partir de ahí cualquier cosa valía, siempre que fuese nueva.
Bruno
puso el agua bien caliente, antes de la ducha había un abogado, después saldría
un artista. Estaba contento. Se metió bajo el chorro a esperar que el agua
diluyera todas las sensaciones. Había dos cosas que podían marcar el final de
un día y hacer que la cuenta empezara con el siguiente, una eran ocho horas de
sueño, la segunda, una buena ducha caliente…
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